domingo, 25 de mayo de 2014
LOS OJOS DEL LAGARTO
Antes que nada, gracias por sus peticiones y recomendaciones. Aquí se las dejo. Ya está registrada ante INDAUTOR. ¿Qué es? Una pequeña historia que escribí para un concurso de Halloween en Valhalla Tears el año pasado, gracias a la cual gané el primer lugar, unos premios en otros sitios web y un poco de reconocimiento virtual.
Los Ojos del Lagarto.
La noche asemejaba una cadena perpetua, simplemente interminable. El lugar era sórdido y desértico; miles de hierbas amarillentas alfombraban el enorme terreno donde una pequeña cabaña justo en medio, refugiaba la única señal de vida humana. Allí residía Simón, un hombre de 36 años quien a temprana edad, ya pintaba para ermitaño. Él sabía que nadie lo visitaría por un largo tiempo a excepción, quizá, de sus vecinos los que vivían a medio kilómetro de distancia cada uno.
Previamente había escuchado los rumores del avariento lagarto viviendo en el pantano, un lugar al que ninguno de sus conocidos se atrevía a acercarse. Un lugar que yacía a escasos 50 metros de distancia de su humilde morada. Allá era una maniobra de alimañas desconocidas que Simón preferiría nunca encontrarse, mucho menos si se trataba de aquella bestia endemoniada cuyos ojos brillaban más en su mente que bajo el frívolo manto nocturno. Este último era tan abismal que su oscuridad hacía ver a las hierbas como si estuvieran podridas desde hace mucho tiempo.
-¿Las plantas se pudren? - Se preguntaba el flacucho aquél, asomándose por la ventana cuadrada que daba hacia las hierbas, y de ahí hacia el fétido establecimiento del reptil. Desde esa ubicación podía apreciar las siluetas sombrías de los animales que prontamente se convertían en suculentas víctimas del cocodrilo.
Cada que se iba a dormir, cada maldita noche, Simón escuchaba misteriosos ruidos en los alrededores de su cabaña, en las afueras de la misma por donde el reducido espacio entre las hierbas y la puerta, se estremecía como si se hiciera cada vez más pequeño. Rara vez podía dormir; el sólo pensar en que la criatura vendría a por él, le aterrorizaba más que sus antiguas pesadillas. Ya lo había escuchado acercarse antes, y más por el olor a carroña que guardaba Simón hasta el día en que viniese la basura. Y encontrándose prácticamente en medio de la nada, sospechaba que el lagarto lo acecharía por el resto de su vida hasta que, en un momento de mala suerte, lo devoraría. Esto fue el motivo por el cual, una noche cualquiera, una noche como ésta, el atormentado individuo consiguió el valor suficiente para enderezarse y enfrentar al cocodrilo con un rifle. Ese viejo artefacto que aún funcionaba para su sorpresa y que había probado ya para cazar en ocasiones anteriores.
Su voz débil apenas dejó salir unos murmullos incomprensibles, además de respirar cuidadosamente pero resaltando el temor que tenía cuando abrió la puerta de su cabaña. Para su buena suerte, ésta no rechinó en lo absoluto y así le dio oportunidad de salir en sigilo hacia las hierbas que muy apenas llegaban hasta sus rodillas. Le era fácil divisar desde ahí el pestilente hogar de la criatura aquélla, la cual no se veía por ningún lado. Vistiendo unas botas de hule, overol color café y una camiseta blanca de manga larga, el hombre de lacios cabellos castaños se aventuró en su propia maleza. Sus ojos estaban tan abiertos que parecían luciérnagas quietas, como figuras fantasmagóricas que no lograban advertir ninguna pista del cocodrilo. Volteaba hacia diestra y siniestra pausadamente, tratando de averiguar el paradero de su posible verdugo, pero por desgracia no encontraba más que oscuridad y hierbas. Lo peor de todo era que la propaganda del silencio alcanzaba a erradicar cualquier rastro de los grillos, por lo que Simón no escuchaba más que sus propias pisadas. Y así, avanzando con extrema cautela, se aventuró decidido a enfrentar su peor miedo quien seguramente le esperaba ya oculto entre la enorme sábana amarillenta. Tenía que hacerlo, pensaba Simón, era el lagarto o él y no existía otra solución al problema. Hoy se terminaba esto.
Consternado por su propia seguridad, se detenía cada diez o quince segundos que se sentían como horas, para voltear hacia atrás con el objetivo de calcular la distancia que había entre él y su cabaña. Alerta en todos los sentidos, Simón tragaba saliva de vez en cuando mientras retomaba el camino sin parpadear en ningún momento, sujetando el rifle con ambas manos y en diagonal contra su pecho.
Siguió realizando la misma precavida hazaña durante varios minutos hasta que de pronto, un sonido cautivó su atención. Deteniéndose al instante, se sintió paralizado por el terror que se impregnaba en la superficie de sus nervios ya alterados. Al borde del susto, comenzó a girarse muy lentamente hacia la izquierda para poder comprobar a través de la mirada, si el movimiento entre las hierbas había sido causado por un roedor, serpiente o bien, por el mismísimo viento. Intentó divisar lo que había en el suelo pero no consiguió distinguirlo, pensando que tendría la necesidad de acercarse si deseaba averiguarlo. Después de una larga pausa de tremendo suspenso, queriendo desvanecerse en ese instante y aparecer a salvo en su casa, Simón dio un paso al frente seguido de otro estrepitoso entre las hierbas. Alzó la pierna derecha para dar el tercer paso pero se detuvo al instante cuando pudo ver finalmente lo que había allí, inmóvil, esperando con una quietud tan siniestra que petrificó el pulso de su corazón. Era un bulto oscuro y escamoso que no aparentaba tener vida pero que halaba a Simón como por inercia hacia su presencia. Dando entonces ese tercer paso y colocando el pie sobre las hierbas, el hombre elevó lentamente su arma para apuntarle al nódulo desconocido mientras sentía la saliva deslizarse a través de su garganta. Tembló, titubeó e incluso sintió un par de gotas de sudor en sus sienes y mejillas justo antes de colocar el arma en son de ataque. Pero fue en ese preciso instante que otro ruido amordazó brutalmente sus oídos, haciendo que se volteara hacia atrás con suficiente brusquedad para tambalearse y caer ante su ejecutor. Era el cocodrilo quien literalmente lo tenía a su merced. Simón pudo haber permanecido completamente inmóvil por el impacto pero el pánico le ayudó a moverse rápidamente. Sin embargo, el lagarto soltó una tremenda mordida hacia el aire, llevándose una bocanada de hierbas mientras Simón trataba de levantarse ya habiendo perdido la escopeta. El miedo invadió su cuerpo en lo más profundo posible, jalándolo hacia un abismo de horror que nunca imaginó en su vida. Intercambió miradas con el furioso reptil cuyos orbes, ante la perspectiva del aterrorizado Simón, parecían tan fogosos como si la criatura proviniera del infierno. Sintiéndose así, trató de levantarse una vez más pero caía sentado una y otra vez, empujando las hierbas y la tierra con los talones de sus botas como si eso fuese a detener al cocodrilo. Este último empezó un avance turbio que le hacía ver omnipotente, nada veloz pero tampoco lento como quisiera el pobre hombre acorralado. El lagarto estaba guiándolo hacia el mero pantano y Simón ya se daba cuenta de esto, sin embargo inútil de hacer frente a su horrenda pesadilla.
En el meollo del asunto, volteó hacia todos lados con los ojos abiertos completamente y las pupilas tan dilatadas por la sensación de pánico que provocaban sus propios suspiros agitados. Buscaba el arma pero no la encontraba y sabía que en pocos segundos sería demasiado tarde. Siendo así, sus lágrimas acapararon sus mejillas y nublaron un poco su vista, lo suficiente como para hacerlo explotar por el estrés mientras el cocodrilo se le abalanzaba encima. Lo último que pudo escucharse a lo lejos después del potente crujido de los colmillos rompiéndole los huesos, fue un desgarrador grito que pareció un aullido horripilante.
Un par de días más tarde, el oficial de policía encargado de la zona fue enviado para investigar el asunto que una vecina le reportó. Según los argumentos de la señora, el joven de 36 años había sido brutalmente asesinado por un cocodrilo.
Luego de patrullar por el área, revisar la cabaña y sus alrededores, el policía se percató de que la supuesta vecina no existía y que probablemente la llamada había sido un fraude pues, la cabaña estaba intacta y no había cuerpo alguno por ningún lado. Peor aún, estaba seguro de que ese sitio llevaba abandonado muchísimo tiempo ya. No obstante, sospechando de algún crimen engañoso, el uniformado de zapatos tan cafés como su chaqueta, pantalón caqui como el color de su sombrero, y camisa blanca abotonada y bien fajada, reflejó la luz del sol en la hebilla de su cinturón mientras se quitaba los solares, avanzando tranquilamente hacia la granja de un vecino. Ese ranchero barrigón de barba de candado color negro y sombrero de paja, era la compañía más cercana que tenía la víctima reportada. Por lo tanto, el oficial se detuvo a varios metros de distancia y le echó un vistazo, reconociendo al hombre que estuvo en el pueblo la noche anterior ya que se conocían desde hace tiempo. Inició con algunas preguntas casuales para escuchar las respuestas del granjero, incluyendo si había visto o escuchado algo aquella noche. Y para su sorpresa, ese hombre había recibido ya los rumores y comprobado por sí mismo que se trataba de una farsa típica. El policía, evitando asumir o concluir algo indebido, todavía se atrevió a preguntar por el reptil.
-Nunca hubo un cocodrilo- comenzó diciendo el granjero arando el campo. -Ese pantano lleva seco más de 10 años. No hay nada ahí.-
Dicho esto, el granjero siguió con lo suyo, el oficial asintió con el sombrero y enseguida se retiró de la escena para regresar tranquilamente hacia su vehículo. Al llegar, echó un vistazo hacia el horizonte rumbo a la cabaña abandonada, contemplando el vacío que ésta representaba y que se sentía tan idéntico como lo que tenía dentro de sí mismo en esos momentos. Ni siquiera divisó el pantano seco a lo lejos ni mucho menos señales de algún homicidio premeditado. En realidad, nadie conocía al tal Simón, excepto la mujer que lo reportó a través de una llamada. Sintiéndose frustrado sacudió la cabeza, se introdujo en el auto y se fue de lugar como si nada hubiera pasado.